Son las 9:00 de la noche.
“¡Llama a Pazión que ya estamos listos!”, dice uno de
los muchachos. El señor Leonardo, conocido con el apodo de Pazión,
es quien hace el transporte en la empresa donde trabajo. De 63 años,
cabello blanco, 1,55 de estatura y abdomen prominente; viene a
buscarnos cual experimentado almirante en una camioneta Blazer algo
golpeada por el uso y los años, escuchando un CD de Los
Terrícolas.
Es capitán de barco retirado. Quizás su experiencia en el mar y el lejano recuerdo del
Titanic, sean lo que lo lleva manejar tan lento, para hacer
del regreso a casa una auténtica travesía en la que jamás
encontraremos iceberg alguno.
Para mí, Pazión
es un tipo admirable. Literalmente se ha hecho solo. Nació en un
remoto pueblo de la península de Paraguaná, llamado La Macolla, a
donde es difícil llegar y nada fácil salir. Y él salió.
En sus largas
conversaciones al llevarnos a casa, el señor Leonardo tiene la maña
de cambiar la “S” por la “Z”; por eso lo llamamos Pazión
y no Pasión, apodo que se ganó en un barrio de Caracas
donde vivió en los setenta, cuando usaba barba y cabello largo, al
mejor estilo del film La Pasión de Cristo o Joselo en su papel de mendigo.
Pazión tiene la
cualidad de ser el dueño absoluto de la verdad o al menos así lo
cree. Por una parte, el hecho de haber trabajado desde muy joven y
levantar una familia, sin tener estudios o recursos económicos -en mi
modesto criterio- lo hace un héroe en este país. Pero como muchos
héroes, consciente de sus hazañas, se ve asfixiado por un
pintoresco ego que le hacer creer que se las sabe todas.
Además de esto,
Pazión es chavista; pero no un chavista cualquiera, sino uno
de esos que justifican lo injustificable. Realmente cree que el país
es una maravilla y jura por su madre que Omaba no descansa
planificando como hacer para que ni tu, ni yo, consigamos papel
toilette y harina pan.
En vista de tal
circunstancia, entendí que era inútil discutir de política con él
y opté por dejarlo hablando solo y responderle “a lo Gómez”;
con monosílabos y uno que otro “aja... puede ser...
verdaderamente...” en otras palabras, a seguirle la corriente.
Así empecé mi estudio
antropológico, observando cómo Pazión se guindaba a pelear
con varios de mis compañeros, defendiendo a Maduro y el legado de su
comandante eterno, supremo e intergaláctico... Que “ahora loz
pobrez estamoz bien”, que “loz que eztaban arriba ahora eztán
abajo”, que “miz hijoz bebían agua de avena haze 30 añoz porque
no tenía con que comprarlez leche y ahora compro baztante comida en
Mercal y Bizentenario”. Así habla Pazión, emanando sin
saberlo, resentimiento social añejado y de alta pureza.
Un día, pensé algo que
me aterrorizó... ¿Cuántos Pazión pueden existir en
Venezuela?, ¿Cuántos señores ahogados por su ingenuidad y heridas
sociales están apoyando este desastre convencidos de que es lo mejor
para el país?... pero luego, pasó algo que me devolvió el alma al
cuerpo...
Esa noche, Pazión
estaba bravo. Más que eso, indignado. Le pregunté: ¿Qué le pasa
señor Leonardo?, y contestó que había pasado todo el día buscando
lubricantes para su carro y que no había conseguido. “¡Cómo ez
pozible!, ¡ezo no puede zer, que uno ezté todo el día y no conziga
nada!, ¡azí va a caer ezte Gobierno!, ¡yo no eztoy de acuerdo con
ezto!, ¡ezto no puede zer!”...
Honestamente, quedé en
el sitio. No podía creer lo que escuchaba... Pazión
blasfemaba contra su Dios-Gobierno.
Fue entonces, cuando volteé
hacia la ventanilla del carro, respiré profundo y una sonricilla se
dibujó en mis labios... Entendí que el chavismo de Pazión,
valía un pote de aceite...
Y volví a hacerme la pregunta del otro
día: ¿Cuántos Pazión pueden existir en Venezuela?...
Luis Aular Leal