A las 11:45 p.m. del 17 de Diciembre de 1935, falleció en Maracay, el General Juan Vicente Gómez. Es el único caso (al menos por ahora… y ojala sigamos así) en el que un Presidente de Venezuela, se ha muerto de viejo en el poder. Gómez llega y se mantiene 27 años en Miraflores, tras darle un golpe de Estado a su amigo y compadre Cipriano Castro, de cuyo gobierno era Vicepresidente.
Cuando murió, nadie lo podía creer, después de tanto tiempo, la gente estaba casi convencida de que el tipo era inmortal. Logró morir en el poder, porque supo complacer, negociar y manipular a los caudillos, burgueses, al poder transnacional y aterrorizar al pueblo; imponiendo un “Temeroso Respeto”, donde nadie se atrevía a hablar, escribir o publicar algo en su contra; y si alguno lo hacía, se ganaba unas vacaciones en La Rotunda. Siendo el exilio la mejor opción.
Su Dictadura se caracterizó además, por el saqueo al Estado, personalismo, nepotismo y la “jaladera de mecate” de su entorno; rastreros, trepadores y adulantes. Es conveniente citar la inscripción que tenía su espada: “Benemérito, General, Señor, Don Juan Vicente Gómez, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela y General en Jefe del Ejército”… al menos 6 títulos.
A Gómez se le otorgaron todas las condecoraciones que existían; más aún, se le inventaron; le rindieron cientos de hipócritas homenajes… Sus hermanos, sobrinos, hijos y nietos se enquistaron con su anuencia en gobernaciones, altos cargos militares y de la administración pública. Gómez y su familia terminaron como dueños del 60% del ganado del país y los primeros millones de dólares del petróleo. Al morir Gómez, se dio un asombroso y masivo salto de talanquera; López Contreras y otros oficiales, ahora se declaraban antigomecistas… después que adularon y recibieron plata del caudillo.
Asimismo regresaron del exilio: José Rafael Pocaterra, Rufino Blanco Fombona, Rómulo Gallegos y muchas otras mentes brillantes; con la dignidad de no haberse quedado callados en su momento; de haber denunciado las injusticias y robos de Gómez, cuando el tipo estaba vivo y por lo tanto, los únicos con suficiente moral, para mencionarlas después de muerto. Ellos tuvieron el valor de alzar su voz… cuando nadie hacía nada… Cuando todos lo sabían y nadie se enfrentaba… Cuando todos comentaban y después callaban…
Al volver a la patria Pocaterra, -el escritor de “Memorias de un Venezolano de la Decadencia”- va a Maracay y visita la última morada del dictador. Contemplando a Gómez -ahora metro y medio bajo tierra- Pocaterra, expresa con cierta amargura y frialdad: “He venido a visitar la tumba de un bellaco admirable… a Gómez, ni lo convencimos, ni lo vencimos”. Dictaduras, pueden haberlas de todos los tamaños; en países, regiones, estados, gremios y sobre todo en instituciones; jamás tienen razón de ser; ¡pero ojo con esto!: El responsable no es el dictador, sino quienes se lo dejan montar.
Oscar Yanes, afirma que los venezolanos tenemos la maña, la mala costumbre, de que cuando se muere alguien, por más malo, sucio y desgraciado que haya sido, la gente dice “pobrecito, ah mundo…”, como si el haber pasado al otro mundo lo absolviera de todo el daño que hizo en vida… ¡No podemos seguir cayendo en ese error!… ¡Que Dios libre a Paraguaná de otro “bagre” en la comunidad cultural!...
Luis Aular Leal