Thursday, January 27, 2011

Entrevista a “Fray Marcelo”



Realmente, no le gustaban las entrevistas; pues sostenía que los reporteros eran “maliciosos” y que muchas veces, obligaban a la gente a decir, lo que no quería decir… Fray Marcelo, fue el nombre que adoptó el Dr. José Gregorio Hernández, durante los 9 meses que vivió como religioso de clausura, en el monasterio de La Cartuja, en Italia.

La única entrevista para la prensa, que permitió que se le hiciera, fue publicada el 24 de Abril de 1909 en un periódico llamado El Tiempo. La misma, le fue concedida a Jesús Rafael Rísquez; discípulo del Dr. Hernández, quien además de ser médico, ejercía el periodismo. Rísquez, le preguntó a José Gregorio, lo que nadie -por respeto y prudencia- se había atrevido a preguntarle: ¿Cómo fue su vida en La Cartuja?…

Él respondió: “Los monjes no podían hablar. Tenían que caminar siempre mirando hacia el suelo. Cuando se tropezaba uno con otro, o se encontraban casualmente, ni se saludaban. La comida la recibían a través de una ventanilla de la celda donde vivían. Los cartujos estaban descalzos dentro del convento y cuando salían al patio llevaban unas sandalias”.

Y continúa… “Cada monje disponía de dos pequeñas celdas. Una para dormir y otra para meditar. Los cartujos dormían sobre una cama de tabla y se arropaban con una cobija. Tenían una pequeña mesa en donde había una vela para alumbrarse y en la otra celda –que estaba al lado-, contaban con un pequeño mueble con dos sillas y libros. Era allí donde meditaban… Las dos celdas quedaban separadas por un pequeño patio o jardín que cada cartujo se encargaba de cultivar”.

Pregunta Rísquez: -¿Cómo vestían los Cartujos Dr. Hernández?. -“Bueno, el vestido era incómodo, porque nosotros usábamos un silicio, que es una especie de camisa de piel de cabra, que va desde el cuello hasta más abajo de la cintura... Tenía como es obvio unas grandes cerdas; esas cerdas por supuesto cuando usted se movía se le enterraban en el cuerpo y cuando usted se dormía, a penas hacía el más leve movimiento de brazos o piernas, también. Encima del silicio se ponían una camiseta de lana, luego después el hábito y cubrían la cabeza con una especie de capuchón”.

José Gregorio era de baja estatura y contextura delgada; en La Cartuja, estaba sometido a un frío inhumano, incompatible con su salud. Durante el invierno, la temperatura podía llegar a varios grados bajo cero y en ese ambiente tenía que meditar, ayunar, hacer penitencia, estudiar y cortar árboles con una pesada hacha.

Todo esto hizo que José Gregorio enfermara varias veces; fiebre, escalofríos, temblores, dolor muscular y dificultad para respirar, fueron sus indeseables acompañantes por varias semanas; hasta la dramática, pero necesaria decisión, que tomó el superior de la Orden; quien lo llamó y le dijo tajantemente: “Dr. Hernández, usted no puede seguir en La Cartuja... Usted no tiene vocación contemplativa, tiene vocación activa. Si usted quiere abandonar la medicina y dedicarse a la vida religiosa, usted tiene que ingresar en la orden de los Jesuitas u ordenarse en el clero secular, pero en La Cartuja usted no puede hacer nada”.

Y agrega… “Además, usted no cumple con la función, con el cupo de cortar árboles con el hacha, porque no sabe hacerlo, no tiene fuerza física suficiente para hacerlo, y el día menos pensado, si usted se queda aquí, va a morir… Así es que váyase y vuelva otra vez al mundo”. Estas fueron las palabras del Prior, según cuenta el propio Dr. José Gregorio Hernández, quien regresó a Caracas con el alma destrozada.

La frágil humanidad de José Gregorio, no tenía la insondable fortaleza de su Fé. Su inteligencia, no era para estar confinada a un hacha, pico y pala; sino para sacar a la medicina venezolana de la prehistoria; trayendo el primer microscopio al país y fundando la primera cátedra de bacteriología de América.

Pero continuando con la parte espiritual, es conveniente recordar que José Gregorio Hernández, aún hoy está esperando su membrecía, en el club de los Santos de la iglesia… Su expediente, probablemente engavetado, en algún añejo archivo Vaticano; ha sido sometido al miope juicio de un grupo de teólogos, curas y obispos; miembros de una pía comisión, cuya venerable estupidez, es la que decide quién es Santo y quién no.

En este agudo proceso de selección, José Gregorio ha tenido que presentar exámenes de lapso, la prueba de aptitud académica, pruebas internas de ingreso y ni aún así; ni siquiera con los miles de milagros atribuidos a él y la Fe colectiva de Venezuela, Colombia y otros países Latinoamericanos, esos sabios religiosos -futuros enfermos de cáncer de próstata-, se dignan a declararlo Santo... Sin embargo, para nuestra tranquilidad, eso poco importa; porque en las carteras y los altarcitos de las casas de los venezolanos, hay más estampitas del Doctor José Gregorio Hernández, que de la propia Virgen de Coromoto.

Luis Aular Leal